sábado, 17 de marzo de 2018

Música para mis oídos

Desde hace un tiempo vengo algo desganado. Varias discusiones me dejaron knock out. Me prometí, cual domingo a media mañana de resaca, que no volvería a discutir.
Ayer por la tarde, camino a la facultad de derecho, un tachero me preguntó a qué iba, qué hacía. Con algo de miedo, le di algunas respuestas. Ninguna clara, ninguna certeza. No quería volver a oír los mismos argumentos o, mejor dicho, las mismas defensas respecto de Chocobar o cualquier otra justificación de violencia.
El tachero siguió preguntado y tuve que confesar. Le conté a qué iba, qué hacía, para quién trabajaba y para qué lo hacía.
Para mi sorpresa, y la de mis prejuicios, su rostro no cambió, no tomó distancia, ni me miró como un pibe repleto de sueños abstractos que no conoce la calle ni la realidad social. Qué se yo. Hasta mis afectos más cercanos alguna vez lo han hecho.
Me habló de la bondad de las flamantes universidades nacionales y de la oportunidad que le dieron a sus hijos, que hoy son profesionales. Me contó que el derecho es una cuenta pendiente, que pensaba saldar. Y por si fuera poco, se explayó con elocuencia sobre el funcionamiento del sistema penal, que ningún pibe nace chorro, y que era ridículo enfrenta la delincuencia con más violencia.
Llegamos a la puerta de la facultad. Le dije que nos habíamos perdido un gran abogado, pero que aún estábamos a tiempo. Le pagué. Y antes de bajar me dijo:
“sabes pibe, cuando escucho Zaffaroni es música para mis oídos''.
Hermoso cierre de semana. Y desde ya, renovadas ganas de volver a Malandras.

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