Por Fernando Gauna Alsina
"Tené cuidado. Son todos malandras". Fueron las últimas palabras que oí antes de subirme al móvil policial. No lo recuerdo bien, pero entre el tránsito y los inconvenientes usuales de los automóviles de la fuerza -cuando menos los que utilizaban en ese entonces-, habremos estado en viaje alrededor de dos horas. Lo suficiente para hablar de espacios comunes -criticarlos por supuesto- y de las labores diarias de cada uno.
A la altura de José L. Suárez, a menos de diez o quince minutos de llegar, ocurrió lo que tanto había temido -Bah.. tampoco tanto, pero no me viene a la mente otra palabra para darle drama a este relato-. El Cabo, de lo más ingenuo y espontáneo, me preguntó por qué lo estábamos acompañando. No lo dije antes, pero no viajaba sólo. Lo hacía también un colega y amigo, pero en lo que hace a esta historia; un funcionario más. Parecía que la cosa no era sencilla. Por lo menos, para quienes nos daban órdenes.
Escapé de su pregunta con respuestas fáciles y usuales. Las mismas que, en su propio ámbito, utilizan los jugadores de fútbol luego de un partido difícil. Cuando los periodistas los increpan de manera de recabar un testimonio que genere escándalo en el vestuario y les sirva para alimentar el rating de sus programas diarios. Hablé de profesionalidad, compromiso, gestión, etcétera. Hablé tanto, que hasta me lo creí. Lejos habían quedado los comentarios críticos -y hasta ofensivos- sobre la actuación policial de la noche anterior. En definitiva, el motivo por el que estábamos ahí...
Llegamos. Y fue díficil. Nos encontramos -en rigor de verdad, hablo por mí; ellos habían estado la noche anterior- con un barrio de lo más marginal. Casas rudimentarias, calles de barro que, con suerte, conducían a algún lado. Las demás finalizaban en nada. Y cuando digo nada, es nada. Pozos, grietas y caminos a medio hacer, que obligaban a detener la marcha. Como les había sucedido, dicho sea de paso, a los agentes en la persecución frustada de la noche anterior. Las sospechas se desdibujaban..
Se detuvo el auto. Era la casa. Ingresamos; orden de allanamiento mediante, claro. Y encontramos droga. Y en cantidad, debo confesarlo. De aquélla que -aún- reprime la ley. Varios panes de marihuana, en el fondo de la morada -si podía llamarse así a un conjunto de chapas-. Pero no encontré "malandras". Y tampoco tuve que tener "cuidado". Me topé con dos personas amables y humildes, que convivían en la extrema pobreza. Si algún delincuente había pasado por la casa no lo hallamos.
Parafraseando lo que hablamos una vez en una provincia del Sur, bien al sur, "...que no te frene el miedo, vamos a poner en el infierno el cielo!...". A seguir, Fer! Felicitaciones por el Blog. (la frase, para los que quieran saber, y los que no, es de un poema del Che "Invitación al camino". Anticipándome tal vez a algunos comentarios, sin intenciones de ofender a nadie, es una muy buena frase! y el poema también!!) (Julieta Alsina)
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