Aviso del editor: La historia que sigue está inspirada (sólo inspirada) en un relato de Walter Rodríguez, Fiscal Federal de Santa Fe, a quien no sólo agradezco su tiempo y el hecho de haber compartido una cuota de su vasta experiencia en este espacio, sino durante nuestro paso por un mismo ámbito judicial.
Detrás de las palabras
Por Rafael Elia
No sé que dice el diccionario respecto a la palabra casualidad.
Mi papá siempre me contaba que en el Mundial 78, en el partido inaugural, le regalaron una entrada y fue solo, a último momento. Se sentó en la platea y a los diez minutos su hermano, sin darse cuenta que había conseguido su entrada en otro lado, se sentó a su lado. En 80.000 localidades, dos hermanos casualmente se encuentran.
Pan de Leche se perdió en un accidente famoso de tren a mediados de siglo pasado. Dicen que anduvo varios años de polizonte dando vueltas por el mundo, completamente desmemoriado. Cincuenta años más tarde, el olor de un guiso, le devolvió algunos recuerdos de su infancia. Así pudo encontrar a su hermana que vivía en las sierras de Córdoba. Ante su incredulidad, el día que le abrió la puerta, le tocó en el piano que vio a lo lejos, la melodía con la que su madre los dormía.
Una tarde de febrero, encontré el disco “Artaud” de Spinetta/Pescado Rabioso. Es una reliquia para cualquier coleccionista y prácticamente pagué un décimo de lo que vale. Al llegar a casa, apenas lo puse en el tocadiscos, un amigo me aviso en ese instante que minutos antes Luis Alberto Spinetta había muerto.
Juan es de Tostado, provincia de Santa Fe. Mientras le mostraba las fotos de su viaje a Nueva York a su hermana; los dos advirtieron que en una de ellas, estaba pasando por detrás, caminando, con cara de apurado, un vecino de su pueblo de 14.000 habitantes, en una ciudad donde viven casi 10 millones.
Paul Auster tiene un libro completo de estas casualidades que se llama “el cuaderno rojo”. Entre otras, la de dos personas que se conocen en Taipéi y van descubriendo que sus hermanas, viven en el mismo barrio, en el mismo edificio, en el mismo piso de Nueva York.
Roberto, un ferretero porteño y malhumorado, junta en una carpeta este tipo de historias. Hasta que descubre que el chino que aloja en su casa, es el de la noticia más asombrosa que tenía guardada (aún así, sigue contando tornillos enojado).
Hay muchas casualidades en la vida.
Acontecimientos inexplicables, sorprendentes: algunos son puras tonterías, simples giros del destino, diría Bob Dylan; otros son más serios.
Muchas personas intentan explicarlo.
Según un amigo, cuando uno piensa en una canción, no es porque le vino a la memoria. Es porque hay ondas de radio imperceptibles que están encima nuestro que te la imponen.
El sostiene que nada es fortuito, que todo tiene un motivo; alguna razón o explicación racional.
Y puede que tenga razón.
En el año 1995, María, una abuela desesperada, encontró eco por fin, en un funcionario judicial.
Podría haberla ignorado y seguir con su rutina, como le habían enseñado. Algo lo determinó a actuar y gracias a eso, ella encontró a su nieto.
Increíblemente, vivía a unas 7 cuadras de su casa; podrían haberse visto mil veces, en la plaza, en la panadería o en la iglesia. Recién 18 años más tarde, luego de una lucha incansable, pudo encontrarlo.
Martín era un buen chico, sano y agradable.
Vivió 18 años en la casa de un agente de inteligencia del ejército, al que le gustaban las películas cómicas, los autos y salir a caminar los domingos con su mujer.
En su casa casi no había libros, salvo el Martin Fierro y otros de rutina.
Sin embargo, algo despertó el interés de Martín en la lectura.
Años después, días antes de recuperar su identidad, sin sospechar siquiera de lo que había sido víctima, se había inscripto en la carrera de letras. Iba a cursar en la misma facultad donde veinte años antes enseñaba su papá.
Su papá, tenía subrayado el mismo párrafo que le gustaba leer de aquel Martín Fierro.
Y esto, claramente, no son casualidades. No sé que son. Pero sé que no son casualidades.
Son ondas que andan dando vueltas, como esas de radio, pero diferentes. Son indivisibles e inabarcables. No le temen a dictadores, masacres, burocracias complacientes y desafían al olvido.
Tampoco fue una casualidad, que del allanamiento en el que detuvieron al apropiador, participara “El rengo” García como miembro de las fuerzas de seguridad provinciales.
Años antes, se había dedicado a lo mismo; a entrar a casas, a llevarse gente, pero claro, sin ninguna orden de juez, y con otro uniforme.
Casualidad es la simple historia de mi viejo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario