Por Sandra Saidman
Debió
levantarse muy temprano ese día. La audiencia era a las 7,30 hs. Mientras se
preparaba unos mates pensaba qué se pondría para ir. Hacía calor y una remera
hubiera sido lo ideal. La más nueva era la del “Che”, la que su hermana le
había traído de Cuba. Se decidió por la camisa que tenía, iba a estar más
presentable. Se apuró y le pasó la plancha, se puso un jean, zapatillas y
salió. No conocía ese lugar, era la primera vez que iba a un juicio. Se
preguntaba si sería como en las películas.
Carlitos
era buen pibe, criado en un barrio de laburantes, era el menor de tres
hermanos. Su vieja había muerto cuando era chico, su padre nunca les dio mucho
artículo. Junto a sus hermanos, había sido criado con el abuelo, una tía y un
tío hermanos de su madre.
El
abuelo de Carlitos había sido socialista, jugaba al ajedrez y leía mucho. Su
casa era la casa de Carlitos y sus hermanos. Ahí encontraban la familia que su
viejo no pudo sostener cuando murió su mamá. El tío de Carlitos era comunista. Todavía
recordaba las discusiones del abuelo y él.
Ya
habían pasado más de quince años desde la muerte de su abuelo pero todavía lo
extrañaba. Y a pesar de tener casi treinta, no podía ordenarse, hacía poco
había conseguido un trabajo estable. En un tiempo había ido al sur a trabajar,
allá ganaba bien. En unos meses se había podido comprar ropa y hasta una
computadora, pero volvió. Extrañaba el Chaco.
De
su abuelo le quedó grabado: “nosotros no somos más que nadie y tampoco menos
que nadie”. Él les había enseñado humildad y solidaridad, pero también todos
tuvieron claro las diferencias sociales. A pesar de tener ya treinta, todavía en
la familia le decían Carlitos. Había sido el consentido del abuelo y así no se
le exigió nada, ni siquiera que terminara el secundario.
Su
vuelta del sur cansó a los tíos. Decidieron suspenderle la ayuda y dejar que
Carlitos al fin madurara y comenzara a resolver su vida. Consiguió trabajo y
una amiga le prestó una casa para que viviera ahí mientras se la terminaba de
construir y de paso la cuidara.
Allí
estaba esa mañana, en el patio trasero. Había colgada con alambres una media-sombra
entre la entrada de la casa y ese patio; él estaba sentado detrás, a un
costado. En un momento vio a dos pibes, de esos que andan ofreciendo bolsas de
basura, de diecisiete o dieciocho años más o menos; los observaba callado
mientras seguía tomando mate. Enseguida se dio cuenta de que no lo habían visto.
Los
chicos se detuvieron frente al portón, miraban hacia dentro; uno comenzó a
trepar el portón, el otro vigilaba. Carlitos agarró una tabla que tenía a mano
y la golpeó fuertemente sobre un tacho lleno de agua; provocó un estruendo, el
pibe que ya estaba arriba de la reja se asustó y se subió al muro del vecino,
todo sucedió en segundos. Cuando ya estaba trepado al muro se escuchó un
disparo y el chico cayó. El vecino lo había matado.
Había
pasado más de un año desde ese día y todavía no encontraba muchas respuestas.
Todavía pensaba qué tipo de persona tenía un arma preparada para disparar en su
casa; qué tipo de persona podía matar por esa razón a alguien si con un grito
hubiera bastado para que los dos pibes salieran a correr. Todavía no entendía
qué había pensado ese hombre que podía hacerle un pibe pobre, flaco y tonto que
andaba vendiendo bolsas y de paso, a “la caza” de algo. Todo le seguía
pareciendo irreal y sentía mucha pena.
Era
una vida, una vida joven terminada por una reacción desmesurada de un tipo de
esos para los cuáles una cartera vale más que una vida. Se preguntaba si el
tipo no sabía que los pibes nacen buenos; si no entendía que por algo salen a
robar. Siempre se respondía lo mismo: no hace falta sufrir privaciones, hace
falta ponerse en el lugar del otro y comprender que las diferencias son las que
llevan a los pibes al delito y como le decía su tío, en un sistema injusto,
siempre pierden los mismos.
No
podía sacarse la imagen del chico caído en el suelo, sangrando; se veía él que
tantas veces había hecho desastres en el barrio; no de malo, no por
delincuente, por pendejo no más.
Ahora
un tipo de traje le preguntaba si juraba decir verdad....