Por Rafael ELIA
Me levanto, no entiendo nada. Dónde carajo estoy, qué es este lugar y esa pila de libros. Puta madre, dónde mierda estoy, por qué me siento así. Intento recomponerme, levanto mi torso del suelo pero no puedo. Escucho una voz grave, que se esparce límpida sobre mi minúsculo y oscuro universo pero no entiendo qué me dice. Pareciera que habla en otro idioma.
Hay mucha gente alrededor, sus figuras se agigantan, me hacen preguntas, tengo miedo, no me acuerdo qué hago acá, quién soy, de dónde vine, quién es esta gente. No puedo recordar nada. Me agarran del brazo y me ponen algo gris que se infla, otro que anda por ahí tiene un vaso de agua y no sé qué dice; alcanzo a ver una figura femenina, muy femenina, que llora.
No puedo hablar, no me salen las palabras, trato de hilvanar algo pero no hay caso, es como si me hubiera olvidado cómo se hacía. Es como ese sueño que tenía de chica, que papá y mamá desde la galería con retoques de piedra, como las que hay en Mar del Plata, me pedían que me acercara a ellos y yo los miraba y cuando saltaba de la cama para ir a abrazarlos me daba cuenta de que no tenía los zapatos puestos y me los quería poner y no podía, o no encontraba el peine y no quería que me vieran fea y cuando me despertaba, no entendía nada. Y lloraba, sola, bien sola, silenciosamente.
No sé si estaré en uno de esos sueños ahora, la verdad es que no sé, esta gente que me rodea, quiénes son, qué hacen, no les puedo ver las caras, no sé que es lo que me dicen. Igual, tengo una sensación rara, hay algo que subyace a este escenario que me hace sentir bien, lo puedo percibir.
Un tipo me acerca el vaso a la boca, trato de abrirla pero me cuesta, hago fuerza en mi cabeza, pero estoy rígida, el agua me rebalsa. Otra de blanco me abre un poco los labios y ahí me libero un poquito, siento como el agua comienza a recorrer mi interior. Ahhh, sí, eso necesitaba, un poco de agua, me gusta este sueño, me empiezo a sentir mejor, ahora voy a poder hablar y todo.
Detrás de esa voz grave, irrumpe un sollozo. No es un llanto común ni el de una niña. Qué le pasará, creo que es una mujer, pero llora por mí, no entiendo, me estoy por volver loca, algo tiene ese sonido, yo conozco de llantos y tristezas, sus sonidos, sus subidas y bajadas, sus colores, conozco ese sabor, esa miel que baja por los pómulos y se cuela en los poros, esa miel que el cuerpo despide y recepta casi inmediatamente probando que estamos vivos. Lloro, luego existo. Así me repetía a mí misma hasta que me hartó ese sabor. Hace mucho que no lloro.
Ayúdenla a esa pobre mujer, toda esta gente, que vaya con ella no conmigo, yo estoy bien, sí, estoy bien. ¿Estaré muerta? Será esto estar muerta, estas personas que están alrededor, serán papá y mama, qué sigue ahora, cómo llegué acá, por Dios, alguien que me explique. Y ese llanto, por favor, apáguenlo, no lo aguanto más, basta, alguien que haga algo por favor, que por lo menos no gima, porque gime cuando llora y desde acá siento como su cuerpo se contrae y dice cosas que no se le entienden.
La de blanco me pone algo en la nariz, pego como un cabezazo al aire y me reincorporo un poco. Alguien pacientemente me hace alguna pregunta, quiere saber cómo me llamo.
Ni loca le digo aunque, pienso bien… ¿Cómo me llamo yo? Quién soy, le repregunto. Ahí está, tomá, retruco, vos que parecés tan inteligente y que lo sabés todo, contame, contame quién soy, quién soy, carajo, ¡¡¡¡decime!!!!
Me zamarrean y me pegan una cachetada, suave, pero cachetada. Hay uno de uniforme. Noooooo, ya está, ya entendí, hijos de puta, asesinos de mierda, a estos hijos de puta no les pienso decir una mierda, ya sé quienes son, hijos de puta, no, no, no les voy a decir nada, que se arreglen ellos, con razón todo esto, yo sé qué es, ya me avivé, vinieron de nuevo, que quieren ahora, no les bastó con lo demás, por favor, quiero despertarme, quiero que sea un sueño, que no sean ellos, por favor, ¡¡¡¡¡¡¡mamaaaaá!!!!!!!! ¡¡¡¡Papaaaaaaá!!!! Tengo que gritar más fuerte, alguien me va a escuchar, alguien me va a escuchar, otra vez no me va a pasar.
Por qué no me salen las palabras, es como aquel sueño de cuando era chica, pero voy a poder, tengo que juntar todas mis fuerzas y gritar bien fuerte, inspiro bien adentro y saco todo. No hay caso. Solo un chirrido de voz. Ahora si. No tengo salida. Perdí, me ganaron de nuevo.
Que acabe este sueño, ya, por Dios, que se calle esa mujer, que pare con ese llanto, para qué recuperé la conciencia, me siento sola, muy sola, por qué me tocó a mí esta soledad, qué hice, qué no hice. Encima ahora vuelven ellos, de qué lado está el Dios que estaba invocando y esa mujer…
¿Por qué se para? Se acerca de repente, les dice algo y se apartan, como si fuera una orden, qué raro, tantos hombres y ella manda, sí, esto debe de ser un sueño, mejor, respiro más tranquila, ya me despertaré y mañana iré a trabajar, otra vez, como ayer, como hoy, la vida es así, yo ya sé, una suma de días, de obligaciones. Quizás algo cambie, no voy a ser tan pesimista, ¿podría tener un hijo no? Eso sí sería lindo, mi familia, sí, qué lindo suena, lo voy a decir de nuevo, mi familia, yo, ella o él y el papá, jugar, cantar, enseñar, aprender y todo eso, mi aporte al mundo. Fuera de eso, nada cambiará, lo demás será igual y lo que fue, ya no será.
Claro ahora que se calló la loca esa puedo pensar mejor. Qué pelo largo tiene esta mina, por qué se acerca, qué querrá, llorona de mierda.
Me toca. Me acaricia la frente.
Algo pasa, nunca sentí algo así, qué es, no sé, ella no dice nada. Es imposible que sea un sueño, no hay inconsciente capaz de construir una sensación semejante. Me siento rara, ella sigue tomándome la mano y recorre los surcos de mi palma y me habla al oído.
Un fuego me recorre de punta a punta.
Un velo se descubre y se suceden uno a uno los recuerdos: el olor a garrapiñada, la tonalidad descolorida de un televisor, una púa que da vueltas y vueltas sobre el tocadiscos, la falda de mi uniforme del jardín de infantes y papá y mamá, llevándome de la mano a la escuela. Ahí reconozco su figura.
Comienzo a llorar. Entiendo todo y no puedo parar de llorar, como nunca lo hice, como lo hacía recién ella.
Y me siento, y me tapo la cara y trato de explicarles a todos que aunque dije que había perdido las esperanzas, era mentira, en el fondo, yo sabía, yo lo sabía, por eso seguí, era lo único que me mantenía, si no quedaba nadie, sabía que había existido, sabía que la iba a encontrar. Sí, sí, la amnesia terminó, acabó de recordar quién soy.
Les explico que me están apareciendo uno a uno los recuerdos, que había suprimido esa parte de mi infancia y que siempre dudé si en realidad todo eso había existido. Claro, cómo no iba a hacerlo y alcancé a verla a ella, llorando, como recién, con sus 2 años, balbuceando sus primeras palabras, preguntándome si volverían. Y me acordé de la noche en la que me lo preguntó. Yo traté de hacerle caso a papá que gritaba con rabia que no levantase la cabeza pero no pude. Lloraba, se escuchaban ruidos muy fuertes y se abrió la puerta de casa. Tuve miedo y lo desobedecí apenas. Así como estaba, acostada, boca abajo, me animé y alcé la cabeza. Se escuchó la ráfaga y me asusté tanto que volví a mirar al suelo.
La sangre de mamá me manchó el vestido. Me quise agarrar fuerte de sus piernas pero se la llevaron. A papá también. Primero nos quedamos solas, y ella me preguntó si iban a volver. Dos interminables segundos después, se la llevaron también y me quedé sola.
Treinta años más tarde, me abrazo a mi hermana menor. Como aquella vez, como nunca lo había hecho durante estos años o, pensándolo bien, como siempre. Es que en estas situaciones los extremos se abrazan: todo, nada, siempre, nunca, tristeza, alegría, soledad y compañía. Se envuelven y danzan.
Las demás personas del cuarto nos miran atónitos y están emocionados. El juez me explica que el ADN lo dijo, que es 100% así y mi hermana menor es la nieta recuperada noventa y pico. Que me lo contaron ya dos veces y me desmayé las dos veces, que recién cuando me tocó ella reaccioné.
Nos paramos las dos, tomadas de la mano. Nos separamos un poco, nos miramos a los ojos, y sí, no hay duda, es mi hermana, la que tanto busqué por todos lados. Yo sabía que la iba a encontrar, yo sabía en el fondo de mí, que había tenido una hermana, lo sabía, siempre lo supe. Porque no se puede sentir lo que no se tuvo y yo la sentí siempre. Y nos volvimos a abrazar y lloramos.
La examino y me descubro, y veo que tiene mi misma nariz, esa horrible nariz que toda mi vida odié, por tener esa desviación antiestética hacia la izquierda pero ahora es nuestra nariz y eso basta para que no pueda ser más perfecta y hermosa. Es nuestra, sí, mi familia. Acá está.